24 de julio de 2011

Caricia

La arena brillaba.
Era de diamante triturado por la marea verde y celeste.
Ninguna huella le escribía nada,
ningún viento le robaba su personalidad.

Era todo tan calmo y verdadero
que las nubes se reflejaban aún en su movimiento.
Se reflejaban en la arena y en el mar,
se ponían lindas al pasar.
Un montón de arco iris se veían al llover,
se veían en el mar y en la arena.
El mundo inundado de color y alegría festejaba al atardecer
porque tenía dos soles para disfrutar.

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