24 de julio de 2011

Demasiado Infinita

Era perfume a rosas secas el de su pelo, 
una superficie áspera la de su mano  
y cada uno de sus pasos dejaba una huella en forma de lágrima.

No se si alguno de sus ojos veía sed de su cuerpo, 
si alguno de sus oídos podía oír cómo se resecaba su piel bajo el sol.

Sí se 
que cada uno de sus dedos rozaba mis muslos, con miedo, 
como si no encontrara sostén o se perdiera en el silencio de sus ojos, 
como si las palabras fueran enemigas y mirarme pecar.

Nada de lo que hubiera podido hacer era lo que creía que sentía,
todo dormía entre las mentiras piadosas de su corazón
y descansaba del calor, sometiéndose al frío del aire hiriente.

Recuerdo como se repetía a sí misma que la sangre que corría no era suya 
sino de un alma ajeno con palabras hipócritas fingiendo amor.
Se entretenía jugando con sus miedos y locuras 
mientras, yo la observaba y me preguntaba 
cuando iba a ser el día en que confesara que me temía a mí.

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